El tango -como una expresión de baile de salón- es una danza de pareja unida que desde su origen estuvo constituida por un hombre y una mujer. Pero también se ha dicho, escrito y repetido que desde los inicios de la historia del baile de tango los varones bailaban entre ellos. ¿En qué circunstancias o lugares? Nadie lo formuló nunca con certeza y los testimonios no aparecen bajo ninguna forma. Quizás en alguna antigua foto puede verse a muchachos enlazados, quizás, en un tango; pero este dato es poco consistente.
Mucho más firme es el hecho de que ningún registro de la policía porteña desde fines del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, analizados por historiadores del tango, documenta hechos de este tipo; es imposible que se pasara por alto algo sin duda escandaloso para las costumbres sociales de la época. No había varones bailando juntos en una milonga. Este fenómeno -que incluye también parejas de mujeres- es un fenómeno relativamente reciente, fuera de las milongas queer.
¿De dónde viene aquel malentendido? El tango siempre necesitó y necesita algún tipo de transmisión. Un caso puntual: el legendario bailarín Benito Bianquet (1885-1942), el “Cachafaz”, había abierto en Buenos Aires, se dice que en 1911, una academia de baile cuyos alumnos eran sobre todo “niños bien”.
En las familias de clases populares o de clase media, las chicas aprendían en su casa con el papá, el tío o el hermano. Los muchachos, en cambio, iban a la tarde temprano al club barrial y practicaban entre ellos. A veces incluso lo hacían en la vereda, como recuerda haber visto, en la década de 1950, un viejo vecino del barrio porteño de San Cristóbal.
Las prácticas entre varones no eran un lugar de entretenimiento sino, a su manera, una suerte de escuelas informales; aquí reside, seguramente, el origen del mito.
Lo difícil de bailar tango
Bien lo saben los miles y miles de personas que en innumerables pistas de baile del mundo se entregan con pasión a esta danza inigualable; todas ellas pasaron antes por algún tipo de aprendizaje, formal o informal.
La pareja que baila tango debe superar, para decir lo menos, dos o tres dificultades. En primer lugar, no hacen los dos lo mismo al mismo tiempo mientras circulan por la pista; luego, siempre hay alguien que guía y otro que lo sigue, aunque no pasivamente; finalmente, el que guía va improvisando su baile a la vez que sostiene (o debería sostener) un vínculo estrecho con la orquesta que está sonando.
El tango contiene un repertorio muy grande de pasos y figuras, creado a lo largo de décadas y décadas por bailarines en general anónimos. Muchos de estos pasos y figuras fueron desapareciendo ,pero luego aparecieron otros nuevos y así prácticamente hasta hoy. Las viejas prácticas entre varones eran un espacio ideal para inventar pasos nuevos.
Por otro lado, en estas prácticas, los principiantes pasaban una buena cantidad de tiempo haciendo el papel de la mujer. Y así, seguramente sin proponérselo, sentían en ellos lo que la mujer sentiría cuando fuera llevada.
Los Hermanos Macana
“Los Hermanos Macana” es el nombre artístico de Enrique y Guillermo Fazio, una fenomenal pareja de baile masculina que ha recorrido, literalmente, el mundo entero.
Su historia, contada en una entrevista con Pepa Palazón, comenzó así: en el verano de 1995 pasaban con su familia por el Salón Gricel, que estaba reabriéndose pero tenía la persiana medio baja. Un hermano de ellos, más pequeño, se agachó para mirar porque de allí salía una música divina y todos vieron, en el subsuelo, algo que les maravilló: gente bailando tango.
Poco tiempo después Enrique y Guillermo, que tenían 11 y 13 años, comenzaron a tomar clases casi como un juego. No era fácil encontrar en aquel momento chicas con las que practicar así que lo hacían entre ellos, siguiendo un sabio consejo de la mamá. Primero practicaban algunos días salteados y finalmente la semana entera.
La primera vez que bailaron juntos fue durante un homenaje al famoso milonguero Lampazo, en el club Sunderland de Villa Urquiza. Recuerda Guillermo que se les presentó una duda: “¿Vamos a recibir aplausos o zapatazos?”. Enrique: “Sin embargo, lo que hacíamos era retomar la antigua costumbre de la práctica entre hombres”. Los parroquianos de Sunderland los ovacionaron y desde ese momento fueron invitados a hacer exhibiciones en una milonga tras otra.
Tal era su pasión durante aquellos primeros tiempos, contaba Enrique, que en algunas ocasiones, esperando un colectivo que tardaba en venir, empezaban a practicar en la vereda; y si el colectivo seguía demorándose, continuaban bailando hasta la parada siguiente y de esta manera alguna vez llegaron desde San Telmo hasta Plaza Once.
Se formaron con grandes maestros del tango argentino: Juan Carlos Copes, Eduardo Arquimbau, Gabriel Angio y Natalia Games, Mingo Pugliiese y Raul Bravo entre otros. De Raúl Bravo contaban una linda anécdota: él les mostraba un paso y les decía “cópienlo”. Le pedían que lo repitiera y Bravo hacía algo distinto. “Pero maestro, no es el mismo paso”, le decían los muchachos desconcertados. “No importa, cópienlo igual”. Así también es la transmisión del tango.
En 2001 apareció para los Hermanos Macana la oportunidad de llevar su show de tango a Europa. En la segunda gira dieron la vuelta completa al globo: salieron de Buenos Aires, atravesaron Europa, Australia, Asia y entraron a la Argentina por Chile. Desde entonces pasan mucho más tiempo en el exterior que en el país, aunque siempre regresan.
“Nunca bailamos juntos en la milonga”, decían tiempo atrás. “Sería una pérdida de tiempo. Vamos a la milonga para relajarnos”.
Un baile andrógino
Juampy Ramírez, sobre el fin del colegio secundario, dejó de lado su inclinación por la bioquímica y casi por casualidad se inició en el baile flamenco. Empezó a viajar a Buenos Aires desde su Santa Fe natal para perfeccionarse y bailar en tablados; en 2005 se instaló definitivamente. Cuenta: “En 2008 me cruzo con el tango. Había empezado a coreografiar unas versiones aflamencadas de tangos cantados por Martirio, alguien me vio y me dijo: ‘Venite a la milonga’. La invitación era para presentar una parte de mi show de flamenco”.
-Un ámbito que no frecuentabas.
-No, lo desconocía por completo. El tango como baile social para mí no existía. Y de pronto me cruzo con una alumna mía, y le pregunto qué hacía allí: “Soy milonguera”, me dice, y comienza a explicarme ese mundo. Cuando me cuenta que las parejas van improvisando mientras bailan, no podía creerlo, “quiero esto”, me dije y al día siguiente empecé a tomar clases.
-¿Cómo te resultó ese primer acercamiento?
-Más o menos. El profesor era un hombre grande y había algo de “el macho” y “la mina” en lo que enseñaba, que no me hizo sentir cómodo. Empecé a buscar por otro lado y supe de dos milongas queer en el barrio de San Telmo, donde yo vivía. No tomé clases allí por una cuestión de horarios pero comencé con otra maestra, Vilma Vega. Le dije que quería aprender el rol de la mujer, es decir, del que sigue.
Aclaración: se puso de moda llamar “leader” al que conduce el baile y “follower” al que lo sigue y Juampy quería esto último, aunque no solamente: también quería llevar el tango a un plano artístico. “Pero seguía yendo a milonguear, porque me encantaba. Había muchas milongas en esa época; todas las noches, todos los días”.
-¿Invitabas a bailar a mujeres?
-No, porque no sabía guiar. Recién aprendí en 2019. Pero unos años antes, en una milonga queer, conocí a Daniel Arroyo, un venezolano. Desde el momento en que comenzamos a bailar juntos se produjo eso que a veces ocurre en el tango: una conexión mística. Empezamos a buscar algo que nos representara artísticamente.
-¿Y lo encontraron?
-Desde 2013 comenzamos a crear esto: dos chicos bailando tango, pero no como los Hermanos Macana; es decir, dos hombrecitos bailando tango con traje, corbata y gomina. Queríamos hacerlo como lo que éramos: dos gays o dos “algo”. Buscábamos otra cosa. Y así llegamos a la idea de dos personajes andróginos con un cambio en la estética del vestuario.
Paralelamente tuvimos una experiencia extraordinaria: en 2014 estábamos milongueando en un salón queer y se acerca una persona y nos pregunta: “¿Ustedes también bailan profesionalmente? Me gustaría invitarlos a participar de un espectáculo con un cuadro de tango”. Era Walter Soares, el partenaire de Jean François Casanova, y nos proponía entrar al grupo Caviar. Un flash. Hicimos varias temporadas con Caviar y aprendimos mucho con ellos.
-¿Cómo llegan a presentarse en el Campeonato Mundial de Tango?
-Una idea de Daniel: pensó que eso haría más visible nuestro trabajo. Andábamos muy mal de plata, así que para anotarnos fuimos caminando desde Caballito hasta la sede del Mundial, al lado de la Facultad de Derecho. La persona que inscribía me preguntó el nombre de la bailarina y cuando dije “Juampy Ramírez”, levantó la vista y agarró el teléfono: “Aquí se está inscribiendo una pareja de muchachos”. Gran revuelo, nos hacen notas, nos toman fotos.
-¿Y después continuaron presentándose?
Sí, en 2016 pasamos a la final y lo mismo en 2018. Daniel luego se fue a vivir a Europa y después llegó la pandemia. En el Campeonato Metropolitano de este año me presenté con otro compañero. Martín es heterosexual, tiene novia, pero bailamos juntos muy bien. Nos interesa trabajar algo más sensible con el tango, algo que no suele aparecer mucho en el baile entre varones.
-En el Campeonato y en la categoría “tango salón” se pide un baile bien tradicional. ¿Cómo lo encaran?
-Como lo pide el reglamento. Yo, siempre follower; pero no soy una mujer y no voy a bailar como si lo fuera. Es una reinterpretación, otra manera de ver el tango.
-¿Qué efecto sienten que producen en el público que asiste al Campeonato, moviéndose entre otras parejas mayoritariamente hombre-mujer?
-Te contesto con algo que nos han dicho: “uno termina olvidándose de que son dos hombres bailando; lo que se ve es puramente el baile”.