La curiosa historia que une a Russo con uno de sus refuerzos en San Lorenzo

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La mirada fija, con el ojo clínico bien calibrado producto de su larga experiencia en el fútbol, tanto de jugador como de entrenador… Así fue que hace mucho, y allá en el tiempo, Miguel Ángel Russo descubrió a un pibito que hoy, más de una década después, es flamante refuerzo de su San Lorenzo: Nery Domínguez. “¿Qué le vi? Primero muy buena ubicación y después que agarró dos pelotas, metió el cambio de frente y se la puso en el pecho al compañero”, soltó el deté cuervo, con su sonrisa que ya es una marca registrada, cuando Olé lo consultó por esta historia que no muchos recuerdan.

El mediocampista, que con el tiempo también se habituó a jugar en la zaga central, nació en abril de 1990 en Cañada de Gómez, Santa Fe, pero sus inicios se dieron a casi una hora de su ciudad, en la siempre híper futbolera Rosario. Más precisamente en el club El Torito, a esta altura archi famoso por haber sido la cuna de un campeón del mundo como Fideo Di María. También pasó por otros dos clubes Defensores de América (de donde surgió Fabián Monzón) y Santa Teresita (donde comenzó Ezequiel Garay), hasta que en 2007 recaló en las Inferiores de Rosario Central…

Nery ya tuvo varias prácticas con el plantel azulgrana. (Foto: Prensa CASLA).

Recorrió el mismo camino que todos los pibes que sueñan con llegar a Primera, pero en su caso tuvo que esperar un poco más de la cuenta. Es que ya en 2010 y 2011 la rompía en el equipo de Primera del Canalla que disputaba la Liga Rosarina y que fue campeón esos dos años. Incluso, por esos tiempos, viajó a Suecia junto a Jonás Aguirre (actualmente en Gimnasia y Tiro de Salta) para probar suerte en un club de ese país, pero no funcionó y pegaron la vuelta. Otra vez en Rosario, Nery firmó su primer contrato y hasta tuvo su primera pretemporada con el plantel, pero Juan Antonio Pizzi tenía superpoblación de volante y no le dio lugar.

Domínguez llegó al Ciclón luego de estar en Lanús durante 2024.

Volvió a la Liga Rosarina y siguió destacándose, hasta que Russo lo vio y no dudó en hacerlo parte de su plantel. Miguelo, por ese entonces, había sucedido a Pizzi tras el descenso y se sentaba en el banco de Central por cuarta vez. Con el equipo en la B Nacional, su experiencia le decía que tenía que buscar joyitas aún sin pulir y ahí apareció un Domínguez que, por ese entonces, no encontraba su lugar ya habiendo superado la barrera de los 20. “Siempre iba a mirar los partidos de la liga local y cuando lo vi no dudé: lo subí a Primera. Después, debutó y no salió más”, cuenta el propio Russo que continúa el relato sobre ese pibito que tuvo su presentación en la segunda fecha ante Boca Unidos y se hizo una fija en el 11 inicial. En la 2012/13, disputó 35 partidos (33 como titular) y metió tres goles. “Miguel me ayudó mucho porque jugó en ese puesto y lo conoce como nadie”, le contaba Nery, todavía pibe, al diario La Capital luego de festejar el ascenso a Primera. Es más, en Arroyo Seco todavía recuerdan lo encima que Miguel le estaba a ese joven que era su pollo y trataba de que diera el máximo de su potencial. “¿Si me comí más cagadas a pedos que el resto? Puede ser, pero está bueno tener a un técnico que te está encima. Te ayuda a crecer, a mejorar”.

Domínguez fue una pieza clave de ese Central que volvió a la máxima categoría y también de los equipos que se fueron formando los años siguientes, hasta que a principios de 2016 se fue a México. Le costó lograr continuidad y pasó a préstamo a Independiente, pero tampoco encontró su lugar y cruzó de vereda: Racing. Allí se destacó y fue campeón. Después de vestir las dos camisetas de Avellaneda, pasar por Universidad de Chile y el año pasado jugar en Lanús (30 partidos, 15 de titular) el destino lo volvió a cruzar con su mentor. Russo buscaba experiencia para cubrir el puesto de zaguero y de volante central y Nery estaba sin club. Cuando se pinchó la chance de Emiliano Amor (tenía todo arreglado, pero al final renovó con Colo Colo), fue cuestión de horas para que lleguen a un acuerdo. El técnico no dudó porque sabe que aquel pibito que recién comenzaba hoy es un hombre de 34 años que carga con una extensa trayectoria que le vendrá bárbaro a un plantel repleto de pibes, que su polifuncionalidad es un aspecto fundamental para saciar las necesidades que hay en Boedo y no duda de que esa ubicación y aquellos cambios de frente al pecho de un compañero de hace ya 15 años son de esos dones que no se ponen añejos.

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