Marco Aurelio, un best seller de siglos

Compartir

Las listas de best sellers pueden ser una caja de Pandora retroactiva. Hace ya muchos años, Las mil y una noches llegó al tope de la lista de libros más vendidos por culpa –mejor: gracias a– una popular telenovela turca que tenía una vaguísima conexión con la clásica colección de cuentos orientales.

En estas semanas se sumaron como variante sorpresiva a esas listas, que son un supuesto sinónimo de novedad, las Meditaciones, de Marco Aurelio. No se trata de las reflexiones de un influencer zen de las redes, sino, claro, de las del emperador que estuvo al frente del Imperio Romano entre los años 161 y 180. Quizá no debería sorprender: a lo largo de los siglos fue la lectura de cabecera de millones de personas y todavía hoy sigue siendo el libro más leído de los escritos en tiempos romanos, más allá del Nuevo Testamento. Pero ¿qué puede haberlo aupado ahora hasta codearse con Nexus y otros compañeros contemporáneos de lista? Tal vez que a partir de la pandemia, el estoicismo, la corriente filosófica que ponía la razón como valor central y la aceptación de lo que sucede y no se puede controlar como ética, volvió a estar a mano, como prueba la amplia y renovada bibliografía en circulación sobre el tema. Marco Aurelio, filósofo y gobernante, era justamente un estoico, un giro inesperado para la antigüedad porque hasta entonces los seguidores de esa corriente terminaban por lo general expulsados de Roma por oponerse de manera sistemática a los emperadores.

«Las Meditaciones pueden ser consideradas como el más antiguo –y extrañamente actual– libro de autoayuda»

Marco Aurelio actuó, no podía ser de otra manera, como un ser bifronte. Como Augusto –así llamaban los romanos a los emperadores–, fue un líder probo, que aspiraba a la justicia y la bondad, pero le tocaron tiempos difíciles: a las guerras en dos frentes fronterizos, hay que sumarle que Roma fue víctima, entre otros desastres, de una terrible y prolongadísima epidemia de peste. En su papel público, Marco Aurelio se mostraba sin fisuras: dejaba los lamentos para sus cuadernos, que son los que hoy conocemos. También él sigue siendo objeto de malentendidos por culpa de esos textos. Una estatua ecuestre que lo representa domina todavía el Capitolio (en realidad una copia; el original está a unos pasos, en un museo), pero no es un homenaje de la admiración filósofica, sino un error: fue colocada en ese pedestal muchos siglos después porque se creía que representaba a Constantino. Marco Aurelio, como todos los emperadores de entonces, no había sido particularmente contemplativo con los cristianos.

De todas maneras, las Meditaciones pueden ser consideradas como el más antiguo –y extrañamente actual– libro de autoayuda. Uno de los rasgos de Marco Aurelio, tan distinto al orgullo romano, era el cosmopolitismo, al que tendía la escuela estoica, como lo refleja su apartado más citado: “Mi naturaleza es racional y está hecha para vivir en sociedad. Mi ciudad y mi patria como antonino es Roma, pero como hombre es el cosmos”.

El acento de sus reflexiones –pensemos que hablamos de emperadores, a los que en ese entonces se los veía como divinidad– está puesto en los asuntos humanos, en la vanidad de la vida y en la resignación ante la muerte: nuestras vidas, anota, son como un pájaro que surge de pronto y sale volando. “El tiempo es como un río cuya rápida corriente arrastra todo lo que lleva consigo. Tan pronto como hay una cosa nueva es arrastrada como a su vez lo serán todas las que vengan después”. Así pasó con Alejandro Magno o Augusto. Si uno supiera que va a morir al otro día, dice, no hay que comportarse como un cobarde. “¿Representa algo este plazo? Lo mismo da morir mañana que dentro de varios años”. También se asocia al mundo natural: “Sé como el promontorio contra el cual vienen a estrellarse continuamente las olas del mar; siempre inmóvil, y a su alrededor la furia se hace impotente”.

Marco Aurelio no escribió sus pensamientos en latín, sino en griego. Los anotó para sí mismo, en distintas etapas de su vida, sin darlos a conocer. A algunos, como el tercero de los cuadernos, les dedicó horas en las tiendas de campaña, en Carnuntum, en la frontera germánica. Esa intimidad es lo que desarma a sus lectores de hoy: aunque del emperador-filósofo no quede una mota de polvo, detrás de cada una de sus palabras sigue habiendo una persona, más cercana que muchas de las que puntúan nuestra vida cotidiana.

Conforme a los criterios de

Noticias Relacionadas